Riudecanyes es una villa situada en el centro de la comarca de El Baix Camp, a los pies de la sierra de l'Argentera. Fue el centro de la baronía de Escornalbou.
Riudecanyes es una villa situada en el centro de la comarca de El Baix Camp, a los pies de la sierra de l'Argentera. Fue el centro de la baronía de Escornalbou.
Riudecanyes es una villa situada en el centro de la comarca de El Baix Camp, a los pies de la sierra de l'Argentera. Fue el centro de la baronía de Escornalbou. Existen tres elementos que dan singularidad a la villa: las calles, el castillo y el embalse. Las calles tienen los nombres de los días de la semana y no ha sido hasta hace poco que la lista ha tenido que ampliarse con nuevas referencias. El castillo-monasterio de Sant Miquel d'Escornalbou, documentado desde el siglo XII y situado en uno de los puntos más altos del término, se ha convertido en un lugar de obligada visita turística. Por otra parte, el embalse ofrece lugares de paseo y de descanso agradables y da una personalidad especial al municipio.
En Riudecanyes se han encontrado restos del paleolítico medio, donde se supone la existencia de un poblado ibérico en la partida del Gorg, cerca del pantano. En la cueva Josefina, en 1922, se encontraron restos prehistóricos mezclados del neolítico a la edad de hierro, con varios elementos de la cultura de los vasos campaniformes, junto con armas e instrumentos. En la cueva del paseo de los Frares se han encontrado elementos del bronce.
La referencia más antigua de Riudecanyes se encuentra en la carta de población de Cambrils del 1152. La referencia es “torrente qui est iuxta Rivum de Canes”. Según Eduard Toda, existía un castillo sólo recordado por la toponimia. Durante el reinado de Alfons Bertran de Castellet es citado como señor del castillo, sucedido por su hijo Guillem y por su nieto Bertran.
El pueblo fue cabeza de la baronía de Escornalbou como mínimo desde 1387, capitalidad que mantuvo hasta la extinción de las señorías, en 1811.
Es el edificio más notable de la villa, está dedicada a San Mateo y fue levantada en planta por el cambrilense Joan Santfeliu en 1582. Se acabó en 1598. El retablo mayor de gusto renacentista era de 1602. En 1762 Antonio Oxando de Constantino hizo el retablo del Roser, dorado por Gabriel Isern de Tarragona. Todo ello desapareció en 1936 durante la Guerra Civil.
Sant Miquel d'Escornalbou se asienta en una colina a 649 m de altitud llamada de Santa Bàrbara o de la Mola, al sur de la sierra de L'Argentera y pertenece al actual Riudecanyes. La imagen que ofrece el recinto, acabada con arenisca roja, dista mucho de la que mostraba a principios de siglo ya que la fisonomía actual es fruto de las restauraciones que hizo el reusense Eduard Toda. Los orígenes de este estratégico enclave mezclan raíces romanas, visigóticas y sarracenas, tal y como lo prueban diversos restos encontrados. Escornalbou aparece citado por primera vez en 1153 como linde del término de Siurana. En 1170, el rey Alfons I concedió a Dios, a San Miguel y a Joan de Santboi, el lugar de Escornalbou en libre y franco alodio para fortificarlo, poblarlo y levantar allí un convento o monasterio de canónigos agustinianos dedicado a San Miguel. En este momento, Escornalbou era refugio de sarracenos que desde allí atacaban las tierras vecinas. En 1194 el lugar ya aparece citado como castillo, dos años más tarde se construyó la iglesia. En 1240 el arzobispo Pere d'Albalat la consagró.
En 1574, el arzobispo de Tarragona Gaspar Cervantes de Gaeta, secularizó el monasterio. Seis años después, el arzobispo ofreció Escornalbou a una comunidad de franciscanos recogidos. En 1686, los frailes franciscanos observantes crearon el colegio seminario de misiones que llegó hasta el siglo XIX. El monumento fue saqueado durante la guerra del Francés. En 1822 se clausuró el edificio ya que los frailes apoyaron el absolutismo y fueron acusados de proteger a guerrilleros de esa ideología. Los edificios que forman Escornalbou sufrieron también los estragos de la desamortización, lo que obligó a los frailes a dejarlo en 1835. Al salir a la venta, lo compró el vicecónsul británico en Tarragona, John Bridgman. Todas las dependencias de Escornalbou aún conocerían a unos cuantos titulares más a lo largo del siglo XX. Uno de los más discutidos fue el reusense Eduard Toda, que lo compró a principios de siglo. A él se debe gran parte del aspecto actual del conjunto, ya que restauró muchas de las partes estructurales. Lo hizo, pero, según un criterio personal, no siguiendo las directrices que prefería Puig i Cadafalch. El diplomático y escritor, enamorado y restaurador de Poblet, incorporó elementos como torres que no concordaban con el estilo inicial del monumento.
Toda, un hombre ilustrado que contaba con un extenso y particular currículum vítae como por ejemplo haber sido cónsul en Egipto en 1884 o haber realizado excavaciones en Tebas, recibió en su monasterio importantes personalidades políticas y culturales del momento. En 1926 Toda cedió el castillo al arzobispado para que formara el seminario de estudio, lo cual no ocurrió. En 1928 se puso el monumento a la venta. No fue hasta 1941 que el industrial reusense Josep Maria Llopis compró el monasterio con elementos incluidos, como el mobiliario o la biblioteca (que llegaba a los 60.000 volúmenes). A finales de los años setenta el conjunto monumental quedó en manos del Banco Urquijo. La buena situación de la construcción era ideal para convertirla en un parador turístico, idea que llegó a realizarse. Finalmente, en 1983 lo compraron conjuntamente la Diputació de Tarragona y la Generalitat de Catalunya.
La iglesia tiene una nave cubierta con bóveda de cañón y para construir el presbiterio se aprovechó una torre romana. Toda eliminó diferentes partes de la iglesia como el campanario, un porche situado en la puerta de entrada, del que todavía se pueden ver las marcas en las paredes y las capillas laterales añadidas en fecha más tardía. El claustro se convirtió en un mirador, la sala capitular se transformó en capilla, donde están los restos del retablo de piedra del maestro Aloi ejecutado en 1367 y una imagen de la Virgen con el niño y un libro. También desaparecieron la sacristía nueva y la capilla del Sagrament.
La situación encumbrada de Sant Miquel d'Escornalbou y su lejanía del pueblo han servido a lo largo de los años para construir leyendas que lo transformaron en un lugar si no misterioso, bastante especial. Por ejemplo, la más antigua, revela que entre 1162 y 1170 hubo una batalla en la que Albert de Castellvell ganó a los sarracenos en un punto llamado "coll de la Batalla" donde se dice que participó el arcángel San Miguel. A mitad del siglo XIX, los lugareños de los pueblos cercanos decían que en el monasterio sucedían hechos extraños como luces que se encendían y apagaban, ruidos, humo... lo que se atribuía a la existencia de brujas. Una visita al lugar por parte de varios vecinos de Colldejou justificó que las únicas brujas y seres enigmáticos del lugar debían proceder de una máquina de hacer moneda que se encontraba debajo del ábside de la iglesia.
Es de visita obligada bordear toda la cumbre de Escornalbou a través del paseo dels Frares, abierto en 1818 y que regala al visitante una sensacional vista que disfrutará, gran parte de los días del año, acompañado del viento que siempre sopla en Escornalbou. También hay que subir hasta la capilla de Santa Bàrbara, del siglo XIX, que se comenta que está emplazada sobre una torre romana usada por los árabes como punto de vigilancia.
La necesidad de construir un pantano nació acompañada de la gran carencia de agua con la que chocaba continuamente la ciudad de Reus. Hacia 1903, la actual capital de El Baix Camp tenía 27.000 habitantes que confiaban, mayoritariamente, en el agua de los pozos. Disponer de un embalse que saldara este problema era una alternativa deseada desde finales del siglo. Así, en 1897, el ayuntamiento de la capital de El Baix Camp encomendó a los ingenieros Josep Mora, Alfons Benavente y a un futuro presidente Francesc Macià un estudio para hacer llegar agua para compensar la ausencia de este líquido a sus ciudadanos y a sus terrenos de cultivo. Finalmente, tras varias propuestas, en 1903 el proyecto del pantano de Riudecanyes llegó por parte del ingeniero Gaietà Úbeda i Sarachaga. En 1907 se dejó la obra lista y se apostó por hacer crecer el embalse actual que permitiría almacenar más metros cúbicos de agua. La dirección de la empresa la tomó el ingeniero José Pérez de Petinto y Losada, que lo terminó en 1919.
Entre 1924-1925 existió una sequía que hizo pensar en trasladar las aguas sobrantes del río Siurana. La forma de resolverlo era a través de un canal que se autorizó en 1930. Cuatro años después comenzó una nueva etapa de obras para el pantano, encabezada por Joaquim Blasco, que permitió que el agua entrara en el recinto en 1949, las reformas no terminaron hasta 1951. El recorrido de este canal alcanza los 9.886 m. Tras la llegada de este canal, se construyó el pantano de Siurana entre 1965 y 1974.
Si nos paramos en la orilla de la carretera que lleva hacia Duesaigües para ver el pantano en dirección hacia el pueblo de Riudecanyes, nos llevaremos una grata sorpresa. El agua azul y cerrada del pantano queda por encima del agua del mar que brilla muy lejos e inmediatamente después del muro de cierre del embalse. Hay un punto en el que confluyen, superpuestas, tres de las mejores tonalidades azuladas que puede ofrecer El Baix Camp: la de su agua dulce, la del azul cambiante del mar y la del cielo limpio que define los pueblos que miran hacia la Mediterráneo.
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